Ir al contenido principal

De cubos de agua, plásticos, peces, mascarillas, bares, virus y personas mayores.


Estas breves reflexiones están hechas a partir de la situación sanitaria y social derivada de la pandemia provocada por el COVID-19. El ser humano no se había enfrentado a ninguna situación similar desde hace más de un siglo. Sin embargo, “la humanidad” afronta este reto y esta crisis en condiciones incomparablemente mejores que las existentes en cualquier otro momento de la historia. El conocimiento científico, el grado de progreso y bienestar social y la organización de las sociedades avanzadas (seguridad jurídica, entramado administrativo, legislación protectora de los derechos básicos, calidad de los sistemas públicos de salud, etc.) nunca habían tenido las características que tienen en la actualidad. 


En el año 2020 disponemos de desarrollo científico suficiente para conocer las características principales de este virus COVID-19, sus mecanismos de transmisión y propagación y una buena parte del proceso de infección y de desarrollo de la enfermedad y de sus complicaciones. En consecuencia, podemos conocer bien los mecanismos para evitar o reducir su transmisión y los procedimientos para intentar paliar los efectos de la enfermedad y evitar algunas muertes o secuelas. Además, el actual desarrollo científico nos permite vislumbrar posibilidades de desarrollar una o varias vacunas que inmunicen a la población contra este virus y a la larga, lo hagan desaparecer. Y, no menos importante, disponemos de conocimientos científicos en epidemiología, de sistemas electrónicos para contabilizar y compartir la evolución de los contagios en tiempo real, y de sistemas de comunicación que llegan a todas o a la mayoría de las personas del mundo y que nos permiten transmitir en directo todas las novedades, recomendaciones sanitarias, etc.


Todo lo anterior nos debería permitir valorar muy positivamente la capacidad del ser humano actual para reducir la morbilidad y mortalidad de esta epidemia, mejor dicho, pandemia.  


Sin embargo, los datos de que disponemos sobre la evolución de los contagios, los ingresos, y los fallecimientos a lo largo de estos ya 8 o 10 meses de pandemia (en Europa y América todo empieza en Febrero/Marzo de 2020) nos señalan con una crudeza a veces inaguantable la tremenda disparidad entre países e incluso continentes. Desde el inicio de la pandemia, Corea del Sur (51 millones de habitantes) y Japón (126 millones de habitantes) han tenido unos 17.000 contagiados y 300 fallecidos y unos 60.000 contagiados y unos 1000 fallecidos, respectivamente. En el otro continente, España con 47 millones de habitantes ha tenido más de 400.000 contagiados contabilizados y probablemente cerca de 45.000 fallecidos. Si comparamos las cifras de Suecia (país aparentemente desarrollado) con las de Corea del Sur y Japón nos llevaremos (quien no las conozca) una tremenda sorpresa. 


La mayoría de los ciudadanos de todos los países desarrollados conocen perfectamente el mecanismo de transmisión del virus y las medidas de protección que se deben de tomar para evitar dicha transmisión. Todos los ciudadanos saben perfectamente que entre los meses de Marzo y Mayo de 2020 en España la inmensa mayoría de los fallecidos eran personas mayores o con enfermedades previas severas. Los datos de alguna Comunidad Autónoma de España son fiables: el 98,9% de los fallecidos entre Marzo y Mayo tenían más de 50 años, el 97,2% más de 60 años, el 90,1% más de 70 años y el 70,6% más de 80 años. Resumiendo, todo el mundo sabe que los muertos los ponen las personas mayores y que la mayoría de los jóvenes pasan la enfermedad sin enterarse y es muy improbable que puedan fallecer como consecuencia de la infección por COVID-19. 


Dicho todo lo anterior para introducir y justificar la reflexión sobre el comportamiento humano en relación con esta pandemia en España. Parto de una hipótesis que puede expresarse en un sencillo silogismo: SI (1) la infección por COVID19 se transmite por contacto entre humanos y en especial por la emisión y recepción de “aerosoles” o partículas de saliva que se emiten al hablar, chillar, cantar o respirar. SI (2) la utilización de la mascarilla, la evitación del contacto entre personas, el mantenimiento de la distancia social y el no permanecer en sitios cerrados sin distancia (bares, cafeterías, reuniones familiares) reduce la posibilidad de transmisión del virus. ENTONCES (3) el comportamiento humano que respeta dichas medidas tiene un efecto muy importante en reducir el número de contagios, hospitalizaciones, fallecimientos y secuelas en personas mayores de una cierta edad. 


Resumido lo anterior: 


Una serie de conductas humanas que están perfectamente identificadas salvan vidas humanas. Y, en consecuencia, pueden servir de ayuda para mantener una cierta normalidad en el desarrollo de las actividades económicas mientras se desarrolla, se crea una vacuna que haga desaparecer el virus.


Los hechos: 

  1. Desde el mes de Junio de 2020 hay evidencias innegables del incumplimiento de estas medidas de seguridad sanitaria por parte de un porcentaje importante de la población. 
  2. A partir de Julio y Agosto de 2020, hay evidencia del aumento de los contagios en ámbitos relacionados con el ocio, los bares y cafeterías, las reuniones familiares. 
  3. A partir de mediados del mes de Agosto de 2020 hay evidencias del aumento de personas infectadas, personas ingresadas en hospitales y personas ingresadas en UCIs. La mayoría de estas personas ingresadas siguen siendo mayores de una cierta edad, aunque han aumentado con respecto a los meses de Marzo y Abril las personas “menos mayores” ingresadas en UCIs. 

Se impone o puede resultar necesario tratar de entender qué ha ocurrido en algunos segmentos de nuestra sociedad, que tan civilizada y solidaria se tiende a considerar a sí misma, para que haya ocurrido esto, esté ocurriendo esto y, probablemente, haga imparable un nuevo aumento de los contagios, ingresos y fallecimientos. 


El punto central de la reflexión se concentra en el comportamiento de los diferentes grupos sociales (jóvenes, grupos familiares, etc.) y en las consecuencias que tienen dichos comportamientos para mantener vivas a algunas personas o para evitar que mueran. 


Es comentario y, sobre todo, queja generalizada el hecho de que muchas personas, principalmente jóvenes, no cumplen las medidas de seguridad sanitaria que se consideran de ayuda para evitar la propagación del virus y para evitar el contagio de personas vulnerables. Para dejarlo claro: medidas de seguridad muy simples que ayudan a evitar contagios que derivarán en un porcentaje predecible de fallecimientos o enfermedad con secuela grave. 


La pregunta que surge inmediatamente en esta breve reflexión: ¿Cuánto “vale”, “cuesta” una vida humana? Mejor dicho…¿cuánto “vale”, cuánto “cuesta” ayudar a que alguien siga vivo?…¿cuánto “vale”, cuánto “cuesta” ayudar a que alguien no se muera si esta muerte es evitable haciendo algo? ¿Qué características de la vida humana la hacen más valiosa o costosa? ¿Influye la edad en lo que “vale”, lo que “cuesta” una vida humana? 


Es conveniente utilizar los verbos “vale” y “cuesta” porque son útiles para enlazar con “el valor” que se le asigna a algo y con “el coste” que tiene hacer o no hacer algo. O lo que es lo mismo, lo que a una persona le “cuesta” hacer o dejar de hacer algo en función del “valor” que le otorga a algo. 


Y es conveniente utilizar el término “ayuda” porque cumplir una medida de seguridad sanitaria (como llevar adecuadamente puesta la mascarilla o mantener distancias de seguridad) significa “ayudar” a que otras personas no se contagien, no enfermen gravemente o no mueran. 


Dicho de otra manera y con el propósito expreso de redundar: el no llevar a cabo esa “conducta de ayuda” tiene como efecto que alguna persona se contagie, enferme o muera y el llevar a cabo esta "conducta de ayuda” salva vidas. Por aclarar las cosas: echar un salvavidas a alguien que se está ahogando en el mar o echarse al agua para sacar a alguien que se está ahogando es una “conducta de ayuda”. Por cierto, la segunda con “mayor coste objetivo” y, normalmente, con “mayor coste percibido” que la primera. 


Vamos a suponer que cumplir las recomendaciones sanitarias se puede considerar como ejercer una serie de “conductas de ayuda”, de “conductas prosociales”. Vamos a suponer que se trata de una cuestión de “solidaridad”. 


La palabra solidaridad me recuerda una “moda” relativamente reciente que puede resultar esclarecedora para lo que trato de demostrar. A algunas personas (sobre todo gente “famosilla”) les dio por echarse un cubo de agua fría (habría que haber comprobado si estaba muy fría) en solidaridad (decían) con los afectados por una enfermedad terrible como es la Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA). Parece que se trataba de hacer “visible” esta patología y quizá de recaudar fondos para desarrollar más investigación. Nunca entendí la razón por la que se hacía con esta enfermedad y no con otras terriblemente crueles. Sí parecía evidente que ese cubo de agua había que echárselo mientras se grababa la escena para luego publicarla en las redes sociales y tratar de dejar claro que el que lo hacía “se presentaba ante los demás” como una persona sensible y solidaria……aunque no supiéramos nada de si lo era o no lo era. El hecho es que muchas personas hicieron “algo” que aparentaba ser una conducta de ayuda que tenía dos características: (1) no valía para nada en relación con la enfermedad o el sufrimiento de los enfermos y (2) servía para que algunas personas, a mi entender bastante gregarias e infantiles, se dejaran ver y trataran de que otros gregarios infantilizados “admiraran” el gesto público de supuesta solidaridad. Sin que se viera no tenía ningún interés. 


Voy a utilizar otro ejemplo de comportamiento solidario muy popular y frecuente. Hay muchas personas muy sensibles con el sufrimiento que pueden experimentar (o con las muertes que se pueden evitar de) algunos peces, tortugas marinas, etc. por los plásticos que utilizamos y que acaban en el mar. En este ejemplo, a diferencia del anterior, es evidente que la relación entre el consumo de plásticos y la muerte de animales que viven en el mar es real. No utilizar plásticos o reciclarlos sin que lleguen al mar ayuda a reducir un número importante de muertes evitables de animales marinos. No utilizar plásticos o hacer un esfuerzo por reciclarlos es una “conducta de ayuda”. Esta conducta tiene un coste determinado. El que la hace da “valor” a la vida de un animal que vive en el mar y asume un coste (no utiliza plásticos) para evitar esas muertes. 


Un breve resumen de algunas cuestiones que la psicología social ha podido demostrar con rigor científico sobre la conducta de ayuda.


  1. Percepción de necesidad en “el otro” (animal o persona), percepción de sufrimiento o de dolor en el otro. O de riesgo de muerte. Para que una persona esté motivada (para que algo le mueva) a emitir una conducta de ayuda necesita sentir “empatía” por la otra persona o por el animal, sentir su sufrimiento y darle valor a dicha persona, dar valor a la vida de esa persona o animal.
  2. La conducta de ayuda es menos probable a medida que aumenta el coste objetivo o percibido de dicha conducta. No es lo mismo dar una limosna a una persona que no tiene dinero para comer que llevarle a tu casa a que coma y pueda ducharse. Es mucho menos probable lo segundo. El coste percibido de la conducta de ayuda es más importante que el coste objetivo y, como es evidente, depende de factores personales difíciles de explicar en poco espacio de tiempo. Lo que nos importa decir en este caso son dos cosas: (1) cuál es el grado de sacrificio de los deseos, de renuncia de lo que una persona desea hacer, que cada uno está dispuesto a asumir? (2) cuál es la capacidad de renuncia general de los miembros de nuestra sociedad, de los estamentos más jóvenes, de las personas con las que convivimos? 
  3. La conducta de ayuda es menos probable en una situación en la que una persona pueda diluir, disolver su responsabilidad individual de no llevar a cabo tal conducta en la presencia de un grupo suficientemente numeroso de personas. Es más fácil que uno se muera en un andén del metro o en un callejón si hay muchas personas presentes que si hay una o dos personas.
  4. Es más probable que se emita una conducta de ayuda si una persona anticipa que va a recibir un refuerzo social por hacerlo o que va a recibir un castigo social por no hacerlo. Es importante, muy importante, que ayudar esté socialmente valorado y que no ayudar esté socialmente castigado. 


Algunas hipótesis basadas en los argumentos anteriores y aplicadas al tema que nos trae aquí: 


  • Las personas que no cumplen las medidas de seguridad propuestas por las autoridades sanitarias no sienten empatía, no sienten el sufrimiento potencial de quienes se pudieran contagiar y enfermar gravemente o fallecer. 
  • Las personas que no cumplen las medidas de seguridad propuestas por las autoridades sanitarias no dan ningún valor a la vida o al sufrimiento de las personas que se pudieran contagiar y enfermar gravemente o fallecer. O expresado de otra forma: no sienten ningún respeto por dichas personas vulnerables o quizá por nadie, incluidos ellos mismos. 
  • Las personas que no cumplen las medidas de seguridad propuestas por las autoridades sanitarias perciben como excesivamente costoso llevar una mascarilla por la calle, dejar de ir a un bar de copas, dejar de celebrar una comida familiar en un sitio cerrado y sin guardar las distancias aconsejadas, dejar de fumarse un cigarro en la calle emitiendo aerosoles que (quién sabe) quizá llevan unos cuantos cientos de miles de virus. Dicho de otra manera, no están dispuestos a renunciar a hacer lo que les apetece hacer, les parece demasiado sacrificio no hacer lo que les viene en gana hacer. 
  • Las personas que no cumplen las medidas de seguridad propuestas por las autoridades sanitarias creen que en medio de la masa formada por otros seres humanos, su conducta inadecuada pasará desapercibida y es muy difícil que a ellos se les pueda acusar de haber sido los causantes de los contagios, infecciones, hospitalizaciones o fallecimientos. Su responsabilidad se diluye en la masa. 
  • Las personas que no cumplen las medidas de seguridad propuestas por las autoridades sanitarias no reciben ningún castigo social por ello o no reciben un refuerzo social por lo contrario. O les importa poco el refuerzo social y no le tienen ningún respeto al castigo social de los demás ciudadanos. O, quizá más probable, los ciudadanos que cumplen las medidas no hacen nada por someter a estas personas que no cumplen al escarnio social o a consecuencias algo más contundentes. 


Tomemos ahora, y para finalizar, el tema desde otra perspectiva, la perspectiva del grado de individualismo de nuestra sociedad española, europea, occidental. O del grado de responsabilidad social, de sentimiento de pertenencia a un colectivo de seres humanos con quienes compartimos algo, sea lo que sea. 


Decir que una persona o que una sociedad es “individualista” parece que “suena mal”. Pero tengo la impresión de que les suena mal a quienes más lo suelen ser, en realidad todos somos individualistas cuando nos “tocan lo nuestro”. Lo único que me atrevo a afirmar aquí es que las sociedades que han tratado de imponer un funcionamiento colectivista lo han hecho al precio de limitar ese manera insoportable la libertad y, sobre todo, de hacerlo de manera impuesta por algún ente externo (por ejemplo, el “Estado”). El derecho a ejercer la libertad individual es un valor superior. No existe la libertad de grupo. Existe la libertad de cada persona, sea miembro de un grupo o se considere miembro de un grupo (estado, familia, nación, tribu, etc.)


Dicho lo anterior y para no alargarme, cualquier defensa del individualismo y del valor supremo de la libertad individual debe hacerse reconociendo su inseparable relación con la capacidad del ejercicio de la responsabilidad. Se trata de algo muy sencillo. No se puede reclamar la libertad si se es incapaz de ejercerla con responsabilidad individual (asumiendo las consecuencias de mis actos en mi propia vida) o con responsabilidad social (asumiendo las consecuencias de mis actos en la vida de los demás). 


Lógicamente, lo que importa aquí en este caso del COVID19 es la capacidad de ejercer la libertad individual asumiendo la responsabilidad social derivada de mis actos libres. La responsabilidad social es algo que se deriva, en parte, de un sentimiento de pertenencia a un grupo, a un conjunto de personas con las que me une un vínculo, un contrato social. Se trata del reconocimiento de un hecho innegable: “si hoy me comporto con responsabilidad social y esto le beneficia a otro, quizá mañana ese mismo comportamiento de otro me va a beneficiar a mí”. 


Creo que una parte importante de nuestra sociedad actual (hablo de la española en particular) es individualista en el sentido de “egoista”, “narcisista” y “hedonista”. Creo que, además, se trata de que una parte importante de esa sociedad está formada por personas muy gregarias en el sentido que viene derivado del gregarismo infantil. Es un gregarismo que, en mi opinión, surge como consecuencia de un alto grado de infantilismo social. Este infantilismo y gregarismo puede ayudar a explicar muchos comportamientos que en esta pandemia podemos etiquetar como “inconscientes”, “egoístas”, “irresponsables” y que suelen partir de un mecanismo de negación de hechos que son más que evidentes. 


De todas formas, después de tantas palabras no será que se trata, simplemente, de una cuestión de madurez social o de inmadurez social? ¿No se trata en este caso de mero egoísmo y de falta de respeto a los demás, a nuestros conciudadanos más mayores?


                                                                                                                Maqrol


Comentarios

Entradas populares de este blog

La anti selección natural

El éxito evolutivo de la especie humana radica en su capacidad de contrarrestar la influencia de los cambios ambientales, de las mutaciones y de la selección natural. Hasta cierto punto los humanos se han liberado de las leyes de la selección natural que afecta al resto de especies sustituyéndola por lo que podríamos denominar una "anti selección natural". Hoy en día se consigue la supervivencia de quienes por puro azar han sufrido accidentes graves o mutaciones causantes de una enfermedad que hace no muchos años habrían resultado letales. Y también se salva la vida de quienes libremente, no por azar, llevan a cabo comportamientos imprudentes que en cualquier otra especie habrían tenido consecuencias fatales para sus protagonistas. Se rescata al insensato que a pesar de las advertencias quedó atrapado en la nevada, se consigue salvar la vida del conductor que se estrelló por no respetar los límites de velocidad o la del joven que entró en coma etílico durante una noche de jue

¿Qué país es para viejos?

                                                     Se han escrito muchas opiniones, se han hecho muchas valoraciones y se han proporcionado muchos datos sobre la esperanza de vida y los diferentes grados de calidad de vida que se puede esperar disfrutar en cada uno de los países, regiones, continentes del mundo.   En la Tabla siguiente se pueden ver datos aceptados por la comunidad científica internacional. Si nos atenemos a los datos sobre esperanza de vida, el país que lidera el ranking es Japón. Le sigue España, en el segundo lugar del mundo. Varios países tienen una esperanza de vida superior a los 82 años. Llama la atención que en USA la esperanza de vida no alcance los 80 años y que en Rusia se quede en los 71,5 años. Como la mayoría de la gente sabe, esta esperanza de vida es significativamente superior en las mujeres que en los varones. PAÍS ESPERANZA DE VIDA Nº MEDIO AÑOS VIVO CON ENFERMEDAD IMPORTANTE   PIB per capita Japón   83,9 10,78 36.452$ España   83,0 10,35 31.556$ A

La pandemia en la España “cainita”

Muchos políticos españoles afirman que el llamado “Estado de las autonomías” ha sido un inmenso éxito para España y aseguran, estableciendo una relación causal difícil de justificar empíricamente, que España ha obtenido sus grandes logros (sic) porque disponemos de esta organización del Es tado. Nunca podremos saber en qué situación estaría España en este año 2020 si, en lugar de lo que conocemos, hubiéramos desarrollado un Estado centralizado. Sin embargo, lo que escuchamos son permanentes comparaciones y reproches entre unas y otras autonomías. Reproches y comparaciones casi siempre alimentados por los propios políticos con gran interés en convencernos de lo bien que funcionan las autonomías gobernadas por su partido y lo mal que lo hacen las gobernadas por los del otro partido. Nuestros políticos, que se han educado desde muy jóvenes en esquivar los navajazos que se prodigan en el interior de las sedes de sus partidos, parece que se sienten muy cómodos en la confrontación.   Y no ha